Saturday, November 25, 2017

BEATIFICACIÓN CATALINA DE MARÍA RODRÍGUEZ





¿Por qué Catalina y Brochero llegaron a tener una gran amistad? Porque compartieron LOCURAS, sueños, admiración el uno por el otro, confianza, lealtad, charlas, los ejercicios espirituales ignacianos que dieron sentido a sus vidas, la eucaristía, el amor por el Sagrado Corazón de Jesús y por el bien de la humanidad. Decimos que fueron dos “locos” que entregaron su vida por los demás.

Haciendo un paralelo entre ambos y aunque los dos eran cordobeses, tuvieron desde la cuna, diferentes condiciones. José Gabriel nacido en el campo de padres analfabetos, Catalina en la ciudad, de familia prestigiosa y formada en la Universidad. Él, por ser varón pudo ir a la Universidad, ella en cambio en su condición de mujer tuvo una educación rudimentaria en su casa. El cura tuvo la compañía de sus padres hasta adulto, su padre murió cuando tenía veintinueve y su madre pasados sus cuarenta. Diferente suerte sufrió Catalina quien a los tres años perdió a su mamá y a los ocho a su papá. Brochero casi no tuvo vida laica porque entró al Seminario muy joven, contrario a Catalina que en este estado, además de casarse tuvo activa participación en la iglesia y en la sociedad.

Catalina fue la Fundadora de las Hermanas Esclavas que en 1880 cruzaron las Sierras Grandes de Córdoba, a caballo, para sostener la obra del Colegio de Niñas y la Casa de Ejercicios que Brochero había iniciado un par de años antes. La historia común comienza un poco antes: ambos experimentaron los Ejercicios de san Ignacio y los tomaron como eje de su vida espiritual, teniendo a los jesuitas como amigos y confesores. Los dos vieron el estado de postergación de la mujer de la época e hicieron todo a su alcance para dignificarlas y finalmente los movieron dos pasiones: La pasión por el Corazón de Jesús y la pasión por la Humanidad.

En 1862 Brochero hizo Ejercicios Espirituales en la única Casa que en ese momento se daban en la que ayudaba Catalina, allí se conocieron y más tarde en 1867 en la Epidemia del Cólera tuvieron una actividad solidaria atendiendo enfermos, consolando deudos, enterrando muertos.

Apunto aquí que ambos, como dos personas con un carácter decidido y transgresor, tuvieron sus diferencias. Lo verdaderamente válido de esta situación es que salió a la luz un tiempo después, no por expresiones de ellos, sino al leer las cartas que, se enviaron entre ellos y a terceros. Ambos priorizaron la rectitud más allá de las diferencias; la nobleza de corazón a caer en comidillas estériles, la centralidad de Jesús por encima de las discrepancias.


Brochero, huésped de honor

Con frecuencia Brochero se hospedaba en la Casa Madre, ya sea cuando iba a Córdoba o de paso hacia Buenos Aires. Varias cartas de Catalina a diferentes hermanas nos lo dicen:

“Aunque hace tan pocos días que le he escrito y creo va a llegar ésta junto con mi anterior, aprovecho el viaje del Sr. Cura a quien he tenido el gusto de tener aquí en estos días"

“El conductor de esta carta es el Señor Cura al que le hemos oído la misa los dos días que ha estado en el Pueblo y hemos tenido el gusto de hablarlo y estar con él algunos ratos en que nos contaba lo bien que le ha ido en su viaje a Buenos Aires, es probable que les ponga aquello como un palacio divino para la Gloria de Dios, den gracias a Nuestro Señor por tanto beneficio….también, según el Señor Cura ya tendrán la Iglesia cómoda para ustedes”

Hoy ha estado Sr. Brochero a decir misa y ha hecho llamar a las Has. Elena y María del Rosario

No sólo el Cura era huésped de Catalina, parece que también sus caballos, en la post data de la Carta 130 ella, que no estaba en Córdoba, le pregunta a una de las hermanas si los caballos del Cura están en Casa (refiriéndose a la casa Madre) y de ser así se ocupen de ellos.


Admiración de Catalina por el trabajo de Brochero 

En las Memorias, Catalina retrata a Brochero diciendo que “es un sacerdote humilde, trabajador, de heroica abnegación y que se arremanga a la par de sus paisano quienes imitan su celo por el trabajo[4]” además agrega que “El Señor Cura don José Gabriel Brochero al proyectar la Casa de Ejercicios y el Colegio formó el propósito de que fuesen las Esclavas a servirlos. Ambos edificios construyó a expensas de la Providencia, pues él no contaba con otros recursos. Su industria para creárselos ha sido admirable…este trabajo, es una obra superior no sólo a los que se pueden construir en una villa pobre, sino a los de toda nuestra República”

Brochero no se queda atrás en las palabras de aliento “Haré siempre lo que pueda por la Congregación de su Instituto…no olvide que yo quiero mucho a sus Esclavas…y a usted la aprecio mucho”  y además en otra carta repetía: “quiero tanto a su Congregación, a usted y a la Comunidad de Tránsito”, pero esto no es todo: “Haré siempre lo que pueda por su Instituto”. Un varón y sacerdote le dice, hace ciento treinta años, a una mujer y religiosa que la quiere mucho. Expresión extensiva a las hermanas y aquí repito una frase que me parece digna del bronce: “Yo no quiero que me lleven a nadie del Tránsito por que soy un loco por cada religiosa aunque alguna vez alguna me hace rabiar… comprenderá que soy un Loco locazo por las esclavas. Esta frase es escrita en el contexto en que, como vimos, Brochero se quejaba ante Catalina porque no consideraba idóneas a las superioras pero al mismo tiempo era tanto su cariño por ellas que no quiere que se las lleven y le sale con toda espontaneidad el modo en que las siente.

Catalina tenía en ese momento sesenta años y una salud delicada, como lo describo en La Frágil. Esa situación le impedía cruzar las sierras a caballo (como lo hicieron varias veces las hermanas) para ir a visitarlas. Brochero no se da por vencido y además del problema, propone la solución y en 1887 logra abrir un camino para que Catalina llegara a su Villa, periplo descripto en La Viajera.


Brochero admira a Catalina  

Se comprueba también, que Brochero le tenía respeto y admiración a Catalina. Veía que como él, tenía “pensares y sentires” distintos a los de la época y que era capaz de abrir caminos para atravesar las estructuras caducas y los límites institucionales de la época.

Catalina y José Gabriel transitaron, siendo apoyo el uno del otro, por caminos tan serpenteados como los de las Altas Cumbres llevando siempre en alto la bandera de la Gloria de Dios. Compartieron sus ideales y fueron más allá de ellos mismos y nos dejan aparte de las obras materiales, un ejemplo de confianza y lealtad entre un varón y una mujer, entre un sacerdote  y una religiosa. Y por qué no entre dos santos. Dos cordobeses que ni se imaginaron que Dios les tenía preparado algo tan grande partiendo de sus propias fragilidades.






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